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Un caso de evaluación neuropsicológica



De entre miles de evaluaciones para licencias de conducir (categoría profesional), recuerdo a un médico domiciliario de una de las mejores prepagas del país. Rondaba los 60 años.


Se quejó del maltrato de la psicóloga de Licencias del GCBA y dijo que quería una evaluación imparcial para el "papelito" de aptitud. Se mostró encantador agitando sus plumas vendiendo esa imagen con la que visten su humanidad. Divino! Hasta que arrancamos con los test.


Fueron fatales su autoorganización, flexibilidad cognitiva, aptitudes espaciales, inteligencia práctica, memoria de trabajo, velocidad de ejecución, atención selectiva y todo lo que no fueran habilidades verbales. Con esas pruebas neuropsicológicas ya fue innecesario ahondar más. Su deterioro cognitivo era tal que su producción se asemejaba a la de un niño de 5 años. Pasó a preocuparme que pise a alguien manejando para trabajar o se lastime cuando paseara con su esposa los domingos tal como relataba, en otra palabras me preocupó que la magnitud de sus problemas se incrementen por negar la realidad.


Me interesan las tomas de conciencia porque siempre es lo fundamental para tomar decisiones con libertad. Si negamos un problema nos condiciona el no querer saber, la represión, el ir por la vida a la defensiva con la mirada sesgada. Si nos anoticiamos de lo que hay, somos libres de decidir qué hacer con eso. La decisión de cada quién es sagrada.


Le expliqué su rendimiento y las consecuencias de dicho rendimiento mostrándole su producción y su modo de trabajo, di alternativas de abordajes psicológicos y médicos para su bienestar, respondí sus dudas.


Al comprender que era imposible que le diera el apto (lo único que al parecer le importaba) perdió los estribos y dijo que su neurólogo le informó que hasta con Alzheimer avanzado se puede manejar (sacó ese conejo de su sombrero). Luego de algunas diatribas arrojó un bollo con un par de billetes sobre el escritorio para mostrar su desprecio. Mis honorarios estaban pactados de antemano y me ví obligada a informarle que no acepto limosnas. Le pareció muy bien, se guardó el bollo en el bolsillo y se fue.


Quién me derivó este médico supo por su familia que no me había pagado. No les preocupó su ética, su actitud manipuladora, ni su salud, ni la de sus pacientes. Dos o tres años después, cuando el disimulo de los síntomas empezó a hacer agua y la familia comenzó a preocuparse por los accidentes y actitudes cotidianas del señor, me hicieron llegar a través de la psicóloga que me lo derivó (se ve la confusión de lugares y la reticencia a hablar?) el pedido de que les envíe aquel material pues deseaban pagar por él. Es claro que la educación compartida del grupo es la de ser consumidores de "papelitos".


Mi profesión es tan linda que no pierdo la capacidad de asombro.



Lic. Marisa Rau


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