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TRATAMIENTO PENITENCIARIO Y PSICOPATÍA

Psicología y Derecho





Contorneando el problema


La psicopatía es un síndrome definido por características que se imponen en las áreas comportamentales, afectivas y cognitivas de los llamados psicópatas.  Se lo refiere a un funcionamiento emocional e intelectual particular, que afecta al conjunto de sus relaciones interpersonales.


La psicopatía no es considerada una enfermedad mental, un cuadro clínico que irrumpe y se desarrolla posteriormente de un modo típico, llegando a deteriorar la salud psíquica de quien lo padece.  Si no hay enfermedad, ¿qué implicaría su  “cura”?. 


Creemos que siempre y cuándo no se intente curar al psicópata de su estructura psíquica, sí hay posibilidad de tratamiento.  En otras palabras, si en términos de Cleckley se trata de un trastorno emocional presente desde el nacimiento, quiere decir que su origen no se encuentra en una vivencia, una causa externa y accidental.  Deberíamos entonces comenzar a estudiar las estructuras psíquicas sobre las que el síndrome se monta; su estabilidad interna, organización y funcionamiento.  Evidentemente no será igual un psicópata de estructura psicótica, perversa o neurótica.  Tampoco ha de ser similar un  tratamiento que tome en cuenta dichas variantes si se espera obtener cierto grado de eficacia tras el mismo.


Recordemos aquí simplemente que la estructuración del psiquismo para el psicoanálisis es el resultado de un proceso, es decir que atraviesa fases constitutivas cuyos cimientos podemos pesquisar aun en la infancia de un sujeto.  Las “series complementarias” de Freud [1] ya tomaban en cuenta la incidencia combinada de variables etiológicas accidentales (experiencias, vivencias) y constitucionales (orgánicas o innatas).  Recordemos que Lacan define el psicoanálisis como un “sesgo práctico para sentirse mejor” [2].  Como praxis se concentra en el modo de funcionamiento psíquico sin pretender explicar por completo su etiología.  Si bien el saber psicoanalítico no hace sistema, pues privilegia la singularidad subjetiva que no encaja por completo en categorías artificiales [3], Lacan se refiere al funcionamiento del psiquismo en relación a la legalidad que inscribe o sostiene (legalidad no reductible a la ley positiva, del código escrito, siempre variable, es decir la norma jurídica) y a partir de allí trabaja sobre tres grandes tipos de estructura: neurosis, psicosis y perversión.  Cada una de ella implica modos propios de funcionamiento, apreciables tanto en individuos considerados sanos como enfermos.  Dichas leyes, que hacen a la dinámica y la economía del psiquismo, dejarán su impronta incluso en los usos de la lengua que los sujetos realizan (es decir que encontramos sus efectos en el plano lingüístico mismo), razón por la que pasa a ser tenida especialmente en cuenta a fines diagnósticos y por ende inciden en la dirección de todo tratamiento posible.


Al constructo psicopatológico “psicopatía” se arriba ponderando una serie de rasgos o conductas que consensualmente se consideran relevantes a la hora de definirlo pragmáticamente.  Se valoran características tales como: impulsividad y fácil florecimiento de la agresividad en la conducta, bajo nivel de ansiedad, poca tolerancia a la frustración, alto umbral de tolerancia al dolor [4], desapego afectivo y frialdad emotiva, falta de empatía, ausencia de remordimientos, manipulación, engaño, necesidad de poder y control, comportamientos disociales autojustificados, comportamiento irresponsable o negligente, el miedo no opera como inhibidor de la conducta, no aprenden de castigos, se conducen guiados por objetivos exclusivamente egocéntricos, ausencia de metas a largo plazo, falta de distorsiones cognitivas graves como las alucinaciones (aunque puede hablarse de deficiencias cognoscitivas relacionadas [5]), fácil adaptabilidad a ambientes altamente estructurados, violencia instrumental, déficits en el mantenimiento de la atención por períodos prolongados, código moral interiorizado que aplican de manera diferente si se trata de juzgarse a ellos mismos o a otras personas y déficit lingüísticos en el plano semántico.


El acento puesto exageradamente en observar conductas antisociales hace que se confundan psicopatía y criminalidad dando lugar a una equivocada circularidad conceptual puesto que si el delito se define como una transgresión a las leyes es claro que implica la puesta en ejercicio de comportamientos antisociales.  Sin embargo psicopatía y criminalidad no son conceptos fusionables, a menos que nuestro único punto de referencia sea el código positivo de la ley escrita y sancionada penalmente.  De excluirse toda elaboración psicopatológica que trascienda lo observable a simple vista resultará que un alto número de individuos que conforman la población carcelaria serán  etiquetados como psicópatas.  Resulta llamativo que considerándose la psicopatía un trastorno de personalidad se hace a un lado toda posibilidad de realizar una fina valoración clínica de quienes lo detenten y se ponga todo el énfasis en criterios comportamentales de poco valor diagnóstico y por ende, pronóstico.


Coincidimos con Grisolía cuando afirma: Como hemos visto, la mayoría de los estudios epidemiológicos se basan en medidas de conducta (por ejemplo, condenas por actos criminales) que raramente especifican el diagnóstico de los pacientes violentos.  Este punto es crucial, aunque sea necesario cometer crímenes para entrar en la categoría de psicópata o de personalidad antisocial y la gran mayoría de los criminales no entren en esta definición. [6] Sostiene que entre los reclusos violentos ocurre que aunque todos son criminales, la mayoría no entran en la definición de personalidad antisocial ni de psicópata [7] y lo ejemplifica aludiendo a un estudio sobre jóvenes varones estadounidenses donde  la frecuencia de condenas por crímenes (descartando los relacionados con accidentes de tránsito) oscila entre el 25-47%, mientras que tan solo el 3% de ellos resultan catalogables en términos de personalidad antisocial [8]. Lo mismo ocurre en poblaciones violentas de reclusos: aunque todos son criminales, la mayoría no entran en la definición de personalidad antisocial ni de psicópata [9].


Según Robert Hare [10] existen dos grandes aproximaciones a la evaluación de la psicopatía.  La primera es la que se refleja en los parámetros utilizados en el DSM-IV y sus ediciones precedentes, los que se basan en dos supuestos: la dificultad clínica de evaluar fiablemente los rasgos de personalidad de este trastorno (al que se denomina Trastorno Antisocial de la Personalidad) y la aparición precoz de la delincuencia como síntoma del mismo; de allí que sus criterios diagnósticos pongan énfasis en los comportamientos delictivos y antisociales.  La segunda sería aquella donde el mismo autor se sitúa, fruto de una tradición clínica abocada a evaluar el trastorno sobre bases conceptuales y psicométricas.


Hervey Cleckely en 1976 (The mask of sanity) describió la psicopatía en términos de máscara de normalidad que ocultaría carencias emocionales y deficiencias en empatizar con otras personas.  Entre sus criterios diagnósticos se incluyen: bajo nivel de ansiedad, ausencia de remordimientos o vergüenza, narcisismo e incapacidad para amar, ausencia de reacciones afectivas básicas y comportamiento irresponsable [11].  Se trataría de un trastorno emocional tipificable, graduable y presente desde siempre en la historia personal de tales individuos.  Continuando esta línea conceptual Hare [12] desarrolló la Psychopathy Checklist (PCL) para identificar a los reclusos psicópatas.  La escala Hare evalúa un conjunto de síntomas y no únicamente los propios del comportamiento antisocial pues en ese caso, es decir de excluirse los componentes afectivos y los rasgos observables en el conjunto de las relaciones interpersonales, se hallaría lo mismo que desde antes se pretendía encontrar: habría demasiados casos diagnosticados como psicopatía en la población carcelaria y escasos en la población no criminal.


La PCL-R se compone de 20 ítems a puntuar agrupados en dos grandes categorías de rasgos o factores.  El factor 1 se enfoca en los componentes interpersonales y afectivos del trastorno y el factor 2 en los ligados al comportamiento socialmente desviado (asociables a los criterios del DSM-IV).  Para adjudicar los puntajes el evaluador debe atender a diversas fuentes de información: entrevistas semiestructuradas al individuo, estudio de su historia clínica, estudio de su historia criminal, entrevistas a familiares y personas de su entorno, etc. De la observación directa del comportamiento del recluso y la lectura de los datos analizados surge el puntaje a aplicar a cada uno de los 20 ítems de la escala.  El máximo puntaje posible es 40.  A cada ítem se le adjudica un puntaje de 0 (“no”), 1 (“quizá”) o 2 (“si”) y luego se suman los puntajes.  Una puntuación igual o superior a 30 es considerada el límite de la psicopatía.  Un punto de importancia es que la evaluación debe ser realizada por un experto clínico [13].


La escala de Hare y los estudios factoriales derivados de ella [14] se ha transformado en una confiable forma de medición de la violencia y la probabilidad de reincidencia delictiva en varones.  Investigaciones realizadas [15] mostraron que la PCL-R era un método más fiable de predicción de comportamientos criminales que los realizados sobre datos demográficos y antecedentes penales.  Asimismo se mostró apta para predecir conductas de reclusos tanto como de pacientes alojados en establecimientos psiquiátricos penitenciarios.  Se observó que la escala podía predecir (de modo aceptable en términos estadísticos claro) comportamientos agresivos y violentos incluso en individuos esquizofrénicos y no psicópatas durante un período de 4 o 5 años posteriores a la evaluación.  Hare señala que un estudio sueco muestra la asociación entre psicopatía y violencia también en pacientes psiquiátricos penitenciarios.  Sobre una población de psicóticos con una puntuación media en la PCL-R de 18.2, aquellos que obtenían puntajes de más de 25 tenían cuatro veces más probabilidad de reincidir violentamente durante el período de seguimiento (unos 51 meses tras su puesta en libertad) en contraste con los que obtuvieron un puntaje de 25 o menos.  Otro dato de dicho estudio indica que la probabilidad de que los psicópatas cometieran un delito violento se disparaba hacia los 48 meses después de su puesta en libertad.  Estas fechas coincidían con el fin de la exhaustiva vigilancia (…) lo que sugiere que este tipo de seguimiento es un factor de prevención efectivo. [16]


Patrick aporta un interesante dato obtenido de investigaciones norteamericanas: En las prisiones, la tasa de APD [17] (70-80%) es mucho mayor que la de psicopatía (25-30%), tal como se define en la PCL-R”.[18]


No debe perderse de vista que la escala de Hare nace del estudio de población reclusa y para ser aplicada a la misma.  Por lo tanto si bien es útil para catalogar el riesgo de reincidencia en comportamientos delictivos violentos no aporta a la diferenciación diagnóstica de la estructura subjetiva subyacente en los sujetos (a la que hiciéramos mención al comienzo de este trabajo) e incluso ella arroja pocos casos de psicopatía entre los abusadores sexuales de niños (a diferencia de los resultados obtenidos sobre violadores o delincuentes mixtos).  Quiere decir que para los casos de psicopatía no asociado a violencia física la PCL-R no es confiable.  A modo de ejemplo, sabemos que el pedófilo se autojustifica como aquel que ama a los niños y por eso no los maltrata [19].  Sin embargo son fieles exponentes de la perversión de tipo psicopática.


A la hora de evaluar los resultados (eficacia o ineficacia) de los tratamientos penitenciarios aplicados a psicópatas los mismos no son muy alentadores.  Los sujetos permanecen menos tiempo en los tratamientos, no se encuentran motivados a realizarlos y su mejoría clínica es cuanto menos, dudosa.


Rice, Harris y Cormier [20] trabajaron sobre expedientes de pacientes de un centro psiquiátrico de máxima seguridad definiendo como psicópata a todo aquel que puntuara 25 puntos o más en la PCL-R.  Compararon la tasa de reincidencia con violencia en pacientes tratados con un intensivo programa de comunidad terapéutica y encontraron que los psicópatas no tratados reincidían dos veces menos que los que recibieron tratamiento.  En contrapartida los no psicópatas tratados reincidían violentamente dos veces menos que los no tratados. 


Los psicópatas manipulan el sistema de los tratamientos convencionales (y entendemos como tratamiento todo abordaje, desde los más simples relacionados con las normas de convivencia penitenciaria hasta lo más complejos, de índole psicoterapéutica) para satisfacer sus propias necesidades e intereses.  Por ejemplo, el English Prison Service [21] concluyó que los programas de tratamiento a corto plazo, entre los que incluye la instrucción educativa y el desarrollo de habilidades sociales, aumentan las tasas de reincidencia de los delincuentes con puntuaciones altas en la PCL-R [22].  Diversos estudios realizados concluyeron que entre los psicópatas el resultado del tratamiento grupal era inverso al objetivo buscado pues al parecer contribuía a perfeccionar sus estrategias para manipular y engañar, favoreciendo situaciones delictivas futuras.   Se puede afirmar entonces que los psicópatas no son buenos candidatos para las formas tradicionales de tratamiento en prisión [23].


También se habla de las dificultades inherentes a la posibilidad misma de tratamiento psicoterapéutico en tanto estos se basarían en la confianza y cooperación entre pacientes y profesionales, condiciones de difícil (sino imposible) puesta en práctica con psicópatas. 


¿Basta esto para bajar los brazos y sostener que la terapia es ineficaz o contraproducente para los delincuentes psicópatas?  Creemos que no, que más bien habría que revisar los supuestos en los que se basan los tratamientos convencionales y desarrollar otras terapéuticas e investigaciones que permitan reorientarlas de acuerdo a los resultados obtenidos.


Resulta de básica necesidad que se lleven a cabo diagnósticos diferenciales de mayor precisión, cuya base sea la clínica psicopatológica, con evaluación de elementos psicodinámicos de la personalidad de los sujetos antes que estadísticos o basados en ponderación de comportamientos violentos. 


De esta forma a la hora de definir los tratamientos aplicables a los reclusos, consideramos que debe ser tenida en cuenta la siguiente ecuación:



Hace falta un adecuado acercamiento al constructo psicopático, pero considerando simultáneamente un diagnóstico basado en las singularidades subjetivas pertinentes al caso desde el punto de vista psicodinámico (es decir incluyendo también aquí el saber producido por diferentes corrientes psicoanalíticas).  De esta manera es posible pensar una clínica de lo singular, una dirección del tratamiento que no deje por fuera las particularidades de cada sujeto, su historia y su manera de resolver o evadir los puntos en los que su angustia emerge.


A partir de allí creemos que un nuevo abordaje es posible de ser diseñado,  puesto a prueba, investigado, a fin que sus resultados contribuyan al desarrollo de programas más adecuados a la problemática. 


La sola consideración de que no todos los llamados psicópatas realizan actos criminales obliga al ejercicio de interrogación.

Revisemos algunos supuestos.




La tradición diagnóstica y terapéutica


Un paso de importancia sería diferenciar definitivamente psicopatía de criminalidad.  Es obvio que la psicopatía no es inherente a la criminalidad toda  vez que se dejan de lado consideraciones basadas únicamente en estadísticas sobre violación a las leyes.  De acuerdo a lo antes expuesto tal enfoque resulta como mínimo cuestionable.  A partir de allí debería estudiarse el constructo psicopático tomando en cuenta las contribuciones de diferentes escuelas y marcos teóricos a fin de sumar sus aportes conceptuales en vez de propiciar bizantinas discusiones hermenéuticas.


Asimismo las herramientas psicoterapéuticas empleados debería trascender las diferencias entre escuelas.  Coincidimos con lo afirmado por Friedrich Löser [24]: Etiquetas como “conductista”, “cognitivo-conductual”, “psicodinámico”, etc., pueden ser bastante superficiales y no mantenerse en pie cuando el tratamiento en cuestión es analizado.


Marcaría una diferencia dejar de hacer hincapié en los rasgos comportamentales  para abocarse al estudio de otros aspectos a fines diagnósticos y pronósticos, como por ejemplo el uso que tales sujetos hacen del lenguaje en su aspecto semántico y performativo [25].


Si proponemos una ecuación de la que resulte un tratamiento singular, irrepetible y adecuado a cada interno, ello implica que el acento debería ser puesto en tratamientos individuales.  Los tratamientos psicoterapéuticos deberían ser llevados adelante por profesionales entrenados para lidiar con los rasgos típicos de tales individuos, seleccionados adecuadamente, supervisados en su práctica clínica y formados constantemente.  En otras palabras, respaldados activamente por la institución en la que se desempeñen.  De esa manera se reduciría el riesgo que lo arduo de la tarea a realizar desvíe su posición hacia el cinismo o la confianza ingenua en los dichos del paciente. 


La dinámica institucional (aquí la institución penitenciaria) debería adaptarse a tales requerimientos para minimizar la capacidad de manipulación de estos sujetos que habitualmente dirigen sus actos conforme a los beneficios personales que buscan obtener, priorizando tal objetivo y desentendiéndose de los castigos de los cuales se ha observado no aprenden [26] (de allí que el habitual sistema basado en premios y castigos en sentido tradicional no aporte ningún tipo de efectos a la hora de propiciar la asunción de responsabilidades subjetivas inherentes a sus acciones o elecciones).  La valoración conceptual de la conducta del recluso debiera trascender los parámetros basados únicamente en la pacífica convivencia dentro del sistema carcelario.  El acatamiento del orden establecido en un ambiente controlado y coercitivo no basta para 1) asegurar el respeto por las normas propias de la vida en libertad que implican considerar los derechos de otros individuos, ni 2) propiciar la asunción de las propias imposibilidades.


Si no es un error al menos remite a pereza intelectual sostener que únicamente tratamientos estructurados serían positivos.  Se sabe que el psicópata responde bien (se adecua) a los ambientes signados por alta estructuración, pero esta característica no se encuentra en las relaciones sociales espontáneas.  El alto  grado de estructuración de la vida dentro del ambiente penitenciario no contribuye a la recuperación social de tales sujetos.  Simplemente impone una organización útil al sistema carcelario mismo, como forma posible de lidiar con ellos.  Implica asimismo un efecto positivo sobre los agentes terapéuticos antes que en los psicópatas, pues de ese modo las reglas limitan su exposición a la manipulación psicopática.  Para los psicópatas el beneficio, de existir alguno hipotéticamente, sería de tipo secundario e indirecto por condenar al fracaso su  búsqueda de resultados por vía de la intimidación u otras.




Rompiendo con la tradición


Una vez reconocida la problemática propia de la psicopatía, teniendo en cuenta las características subjetivas o psíquicas de los individuos (que algunos llaman personalidad de base) el tratamiento de los reclusos criminales psicopáticos debería no solo ser individual sino también compulsivo.  Coincidimos con Sanmartin y Raine cuando dicen que debería asumirse el carácter específico de la psicopatía y la legislación debería considerarla teniendo en cuenta que si bien no se trata en ella de una enfermedad mental tampoco se adecua a lo que se considera normal. 


Sostienen: Por tanto, no debería aplicársele la eximente por enfermedad mental, ni la misma pena que a la persona normal, ni dejarse a su libre albedrío el recibir, o no, terapia [27]. En consonancia con este planteo podemos hacer mención a la Kansas Sexually Violent Predador Act (Ley de Kansas para los Depredadores Sexuales Violentos) que establece internamientos forzosos para este tipo de delincuentes, tras la declaración de constitucionalidad de tal procedimiento por el Tribunal Superior de Estados Unidos en 1997 varios estados norteamericanos introdujeron leyes que permiten el internamiento civil de delincuentes peligrosos tras su excarcelación [28].


Sin ir tan lejos, creemos en cambio que para la psicopatía el tratamiento psicológico individual debiera ser compulsivo en el ámbito penitenciario y que una vez cumplida la pena (excarcelación) debiera realizarse un seguimiento de la conducta de tales sujetos por amplios períodos temporales como forma de prevención de la reincidencia dado que tales procedimientos han demostrado su eficacia [29].


¿Por qué la insistencia en tratamientos individuales?  Por un lado hemos visto inadecuación, a la hora de los resultados obtenidos, de las terapéuticas grupales.  Si además sostenemos que ha de tenerse en cuenta la singularidad del caso, resulta pertinente una terapéutica particular, que tenga en cuenta los sujetos  “uno por uno”. 


No ha de olvidarse que estos sujetos son refractarios a las dinámicas grupales desde el momento que sabemos que se mueven con lógicas que justamente no se orientan a partir de tener en cuenta al otro (semejante o representante de algún tipo de autoridad).  Para que terapéuticas basadas en funcionamientos de grupo tengan alguna probabilidad de resultados efectivos hace falta todo un recorrido previo que no puede ser más que individual y donde algún registro o elaboración simbólica de lo propio (correlativo de la diferenciación que hace al otro) pueda devenir en inscripción subjetiva.  Saltear este paso no lleva más que al fracaso o a la agudización de los síntomas.  La teoría lo indica y la práctica lo ha demostrado.  En tal sentido apelar a terapéuticas grupales no hace más que diluir las cuestiones de importancia en complicidades grupales que por ende no resultan adjudicables a nadie en particular.


Por supuesto esto implica hacer a un lado los supuestos basados en que la mera instrucción intelectual y desarrollo de aptitudes laborales o habilidades social tendrán una incidencia positiva en el posterior comportamiento de los llamados psicópatas, es decir acorde a las normativas morales de la sociedad.  Ellos no son minusválidos a la hora de comprender las reglas sociales, la problemática es mucho más compleja como para seguir ateniéndonos a tales criterios epistémicos, tan antiguos como inapropiados.


Simultáneamente, tales tratamientos psicológicos individuales debieran orientarse hacia metas realistas que no busquen cambiar la personalidad de un individuo sino el modo en el que tramita sus necesidades.  La obtención de satisfacciones (o tramitación de la angustia que siquiera pueden experimentar como tal) no ha de pasar indefectiblemente al accionar violento e impulsivo criminal. 


Si el resultado de dichos tratamientos arrojase una menor tasa de criminalidad sería un buen indicio.  Más realista sería tener presente que si la tasa de criminalidad se mantuviese pero arrojando menor grado de utilización de violencia contra las personas, el programa terapéutico debería ser considerado exitoso.


¿Cuál debiera ser el objetivo primario de los tratamientos? 


La meta más realista y a la vez más productiva sería que tales sujetos asuman la responsabilidad sobre sus comportamientos (desplazando a un rol secundario los análisis sociales que cognitivamente realicen sobre los motivos de su acción).  En otras palabras, que se inaugure el campo de una elección posible que involucre directamente su propia subjetividad.  Una elección que rompa el circuito de la repetición y reintegre el sentido de su acción a un campo simbólico donde una variedad de opciones son posibles.  Donde la implicación subjetiva no pueda ya más, ser dejada de lado o pasar, para el propio sujeto, inadvertida.  ¿ Qué mejor manera para quebrar lo predeterminado y devolver la libertad (de elección, de sentido, de acción) que reinaugurar el campo del libre albedrío a consecuencia de un trabajo sobre la subjetividad y su capacidad de simbolización?  Si no estamos frente a una enfermedad mental en los términos que al comienzo hemos definido, queda abierta la posibilidad de reintegrar al sujeto (único e irrepetible) al sentido de su acción brindando una nueva posibilidad de elección.  Una donde el “nombre propio” pueda ser reinventado, escapando a la condena de ser construido sobre la magnitud del quehacer criminal.


Acordamos con la opinión vertida por Roca y Montero tras pasar revista a los programas institucionales que diversos países destinan a delincuentes psicópatas: Con esta definición tan genérica de técnicas aplicadas (…) no es posible esperar resultados positivos; si los hubiera sería un milagro, no el efecto de un tratamiento que en realidad no existe [30].



Lic. Marisa Rau

Septiembre, 2006.



Publicado originalmente en:

  • la web de la Asociación Latinoamericana de Psicología Jurídica y Forense [donde se omitieron las notas a pie de página que aquí se agregan] psicologiajuridica .org, en http://psicologiajuridica.org/psj310.html


Artículo Citado en:

  • Tirado-Alvarez, María-Margarita, [Tesis de Maestría en Ciencias Penales y Criminológicas], "Necesidad de la creación de una sanción penal especial para ser impuesta al sujeto que padece trastorno antisocial de la personalidad (psicopatía) en Colombia", en Estudios Socio-Jurídicos, Vol 12, n 1, Bogotá, Junio 2010. ISSN 0124-0579.  Disponible en: http://www.scielo.unal.edu.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0124-05792010000100007&lng=pt&nrm= (Ultima consulta 11-12-2018 ) y en http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0124-05792010000100007&lng=es&nrm=iso&tlng=es (Ultima consulta 11-12-2018)

  • Rozo Villarraga, Nicolás, "La resocializacion en un psicópata asesino en serie: un fin penal obsoleto y arcaico", Universitas Estudiantes, Revista de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Año 2011, n 8, Bogotá (Colombia), Enero-Diciembre 2011, pp.239-257. ISSN1794-5216. Disponible en Hemeroteca Virtual Latinoamericana HELVIA en: http://132.248.9.34/hevila/Universitasestudiantes/2011/no8/12.pdf (Ultima consulta 11-12-2018)

 

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NOTAS

[1] Freud S: “23º Conferencia.  Los caminos de la formación de síntoma” en Obras Completas, T, XVI, Amorrortu Editores, Bs. As., 1976, p.330.

[2] Lacan J: Seminario XXIV, Clase del 14-12-1976.  Inédito.

[3] Razón por la que el novel estudioso puede resultar en su ansiedad por comprender, decepcionado.

[4] Cabría aclarar que según investigaciones recientes esto ocurre cuando se espera tal característica del estímulo (dejando afuera el factor sorpresa).  Véase por ejemplo Garrido Genovés Vicente, Cara a cara con el psicópata, 2004, Barcelona, Ed. Ariel SA, p.142.

[5] Cf. Garrido Genovés V., Idem, p. 235.

[6] Grisolía J. S: “Factores psicobiológicos”, en Violencia y psicopatía, Adrian Raine y José Sanmartín Comp, Barcelona, Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, 2000, Ed. Ariel, 2002,  pp. 125-6.

[7] Idem, p.126 en referencia a Hart, S. D. y Hare, R. D. (1989): “Discriminant validity of the Psychopathy Checklist in a forensic psychiatric population”, Psychologial Assessment, 1, 211-218.

[8] Ibidem, en referencia a Farrington, D. P. (1986): “Age and crime”, en M. Towry y N. Morris, Crime and justice: An annual review of research, 7, Chacago, Chicago, University Press.

[9] Ibidem, en referencia a Hart, S. D. y Hare, R. D. (1986) “Discriminant validity of the Psychpathy Checklist in a forensic psychiatric population”, Psychologial Assessment, 1, 211-218.

[10] Hare R. D: “La naturaleza del psicópata: algunas observaciones para entender la violencia depredadora humana”, en Op. Cit, pp.19-20.

[11] Citado en Patrick C. J., “Emociones y psicopatía”, en Op. Cit., p.98.

[12] Hare, R. D. (1980): “A research scale for the assessment of psychopathy in criminal populations”, Personality and Individual Differences, 1, pp.11-119.

[13] Ítems de la escala Hare (Psychopathy Checklist-Revised/PCL-R).



[14] A propósito de la inadecuada asociación entre psicopatía y criminalidad Cook desarrolló su Modelo jerárquico de tres factores sobre la escala de Hare intentando eliminar la tautología implicada en el argumento de que la psicopatía influye en la criminalidad.  En dicho modelo se emplean 13 de los 20 ítems de la escala Hare ya que desde el punto de vista estadístico siete de ellos aportaban poca información en la evaluación del rasgo de la personalidad subyacente. Cooke, J. D y Michie, C. (1999): “An items response theory analysis of the Hare Psychopathy Checklist-Revised”, Psychological Assessment, 9 (1), pp.3-14.  Citado en Cooke D. J: “La psicopatía, el sadismo y el asesinato en serie”, Violencia y psicopatía., p. 186.

[15] Véase los estudios citados en el trabajo de Hare, Robert: “La naturaleza del psicópata…”, Op. Cit.

[16] Idem, p.32.

[17] Trastorno antisocial de la personalidad del DSM-IV (APD, Antisocial Personality Disorder).

[18] Patrick C. J: “Emociones y psicopatía”, Violencia y psicopatía, p. 100.

[19] Francesc Xavier Moreno Oliver, “Perfil psicológico de los pedófilos” en www.psicologíajuridica.org

[20] Rice M. E, Harris G. T. y Cormier, C. A: “An evaluation of a maximum security therapeutic community for psychopaths and other mentally disordered offenders”, Law and Human Behavior, 16, pp. 399-412.  Citado por Robert Hare en “La naturaleza del psicópata…”, Violencia y psicopatía, p.38.

[21] Servicio Penitenciario Inglés.

[22] Comunicación personal de Clark y Thornton de 1999 citada por Hare en “La naturaleza del psicópata…”,  Op. Cit, p. 39.

[23] Hare R, Idem,, p.38.

[24] Lösel Friedrich: “¿Existe un tratamiento eficaz para la psicopatía?: Qué sabemos y qué deberíamos saber”, en Violencia y psicopatía,  p.244.

[25]“Sin embargo, los resultados del estudio de Williamson y otros [en referencia a Williamson, S. E.; Harper, T. J. y Hare, R. D. (1991) “Abnormal processing of affective words by psychopaths”, Psychophysiology, 28, pp. 260-273] sugieren que los psicópatas generan relativamente pocas asociaciones semántico-afectivas durante las decisiones léxicas”: Hare R. D. en “La naturaleza del psicópata…”, Op. Cit., p. 45.  En el mismo trabajo resultan de sumo interés las investigaciones mencionadas en pp.43-49. Véase asimismo Mc Cord Joan: “Contribuciones psicosociales a la violencia y la psicopatía”, Op. Cit,, pp. 220-221.  Las experiencias mencionadas por Helen Morrison en Mi vida con los asesinos en serie pueden ser tomadas como un testimonio directo de ello, no obstante disentimos marcadamente en la mayoría de las lecturas que sostiene.

[26] Newman, J. P. y Kosson, D. S (1986): “Passive avoidance learning in psychopathic and nonpsychopathic offenders”, J. Abnormal Psychol., 95, pp. 252-256; citado por Grisolía J. S. en “Factores psicobilógicos”, Violencia y psicopatía,, p.126.

[27] Raine Adrian, Sanmartín José, “Introducción”, Op. Cit., p.10.

[28] Afectando a “personas condenadas o acusadas de un delito sexual violento que sufran una anomalía mental o trastorno de la personalidad que les haga más proclives a cometer actos depredadores de violencia sexual”, citado por Robert Hare en “La naturaleza del psicópata…”, Op. Cit., p.34; donde menciona asimismo la comunicación de Tucker en el sentido que en consecuencia “se mezclará a los “malos” con los “locos”, es decir, a los criminales psicopáticos con los pacientes psiquiátricos.”

[29] Confróntese lo expuesto en Idem, p.32.

[30] Roca Manel, Montero Paula, “El caso español: intervención con psicópatas en prisión”, Op. Cit., p.279.


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