La muerte ocupa un lugar central en nuestras vidas y sin embargo estamos acostumbrados a no tenerla en cuenta. Es eso que se va a considerar más adelante, en lo posible al final de la larga lista de pensamientos diarios [1], al fin y al cabo no es un tema urgente.
¿Cómo se sabe? Tal vez se presente justo ahora.
El asunto es que parece tomarnos siempre por sorpresa, a medio vestir.
Intenta hablar de la muerte con la misma naturalidad con la que hablas de otros temas con los tuyos y cronometra cuánto tardan en responderte que es un tema inapropiado para el momento. Casi nadie toma su muerte en serio. Se pueden dejar instrucciones como últimas voluntades pero hablar de la muerte e incluirla en nuestras vidas es otro cantar.
Ante la muerte se asusta ese pequeño personaje llamado “yo” que gusta de hacer todo a su manera y está lleno de ideas triviales. Este “yo” se ocupa de que hagamos la vista gorda a todo lo que le contradiga, solo se está defendiendo a sí mismo como se defiende de todo lo que lo pone en cuestión. Sin embargo somos mucho más que nuestro “yo”. ¿Existe algo más grande que la muerte para poner en cuestión todo, inclusive al “yo”?
La muerte, representada como ausencia absoluta, privación radical, pone las cosas más cerca del corazón. ¡Claro que se puede morir llevando a un nivel superior todo lo desagradable que se tiene en el interior, no se trata de equiparar muerte y beatitud! Pero la certeza de la muerte da la oportunidad de traer las reflexiones más cerca del corazón porque duele; la muerte inicia un duelo, duele porque la pérdida rompe nuestra coraza emocional.
Para quien vivencia la pérdida todo su saber se cae, no le sirve para nada. El “yo” está lleno de explicaciones que al caer tal vez arrastren también a este personaje que las sostenía. Puede que se haga un balance de vida desde otro punto de vista. No es seguro que ocurra. Sin embargo puede que suceda la reflexión interior y se sopese qué se ha hecho con el propio tiempo de vida, qué cosas quedan sin resolver y cuánta satisfacción se experimenta por lo vivido.
¿Por qué puede la muerte ser una gran consejera si la tenemos presente día a día?
Por lo mismo. Nos acercaría más a nuestro corazón, o si se prefiere al hueso de las cuestiones. Podríamos usarla de brújula sabiendo que llegará tarde o temprano: ¿dónde quiero estar?, ¿qué tengo ganas de hacer?, ¿con quién quiero compartir?, ¿qué quiero conocer y aprender?, ¿qué es importante para mí ahora mismo y cuán importante es?, ¿a quienes aprecio?, ¿qué me hace sentir bien?, ¿qué me inspira y cuál es el sentido de mis acciones?, ¿qué espero de los demás? y muchas otras preguntas que ponen nuestras prioridades en orden. Al final se trata de estar conforme con el sentido que le damos a las experiencias.
Es ante su presencia que toda pregunta cobra un nuevo sentido y se responde con un sentimiento. La muerte no engaña y tal vez por ello infunde respeto. Actualiza la oportunidad, tal vez la última, de ser honesto con uno mismo dejando a un lado lo vano y recuperando una mente más amplia y flexible.
¿Acaso es necesario dejar para un mañana imaginariamente lejano la ocasión de ser honestos con nosotros mismos? Ser honestos con nosotros mismos nos hace tomar en cuenta nuestras emociones, nuestros deseos, nuestro bienestar y el de las personas que amamos. Ser honestos con nosotros mismos y actuar en concordancia nos quita la neurosis, nos baja al aquí y ahora, nos libera de personajes. Tal honestidad hace evidente cualquier sentimiento de culpa para que se proceda según las propias creencias y se libere carga.
Tener presente nuestra muerte nos recuerda qué valor le damos a la vida. Nos permite elegir cada vez, una por una, vivir en coherencia con nuestros valores y nuestro sentir.
No es que la muerte vaya a hablarnos, nunca ha salido una palabra de ella, es la desconocida por excelencia. Pero ante su presencia silenciosa podremos escuchar sin distorsiones nuestros más profundos pensamientos, nuestros más sinceros anhelos. Es como si su silencio aconsejara mirar en nuestro espacio sagrado.
La muerte es certera y habremos de afrontarla. Mirándola de frente cada quien hallará los puntos de certeza que lleva en su interior: si puede sostenerse en ellos hará las paces con la recién llegada pues no habrá nada que ella pueda quitarle.
Marisa
[1] Se estima en 60 mil en número de pensamientos diarios, la mayoría repetitivos e inarmónicos.
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