Durante mi década como psicóloga al servicio de una institución policial muchas fueron las consultas espontáneas tramitadas en los pasillos. Por allí pasa lo importante que queda fuera de lo urgente porque la institución policial no favorece las consultas y la población que la compone teme dar el paso de consultar para evitar repercusiones.
Cada vez que alguien se acercaba agobiado por el peso de una enfermedad con escasa posibilidad de cura en alguien de la familia o su pareja, me pedían les recomiende un libro que les ayudase. Les sugería entonces “Sobre la muerte y los moribundos” de Elizabeth Kübler-Ross. El seguimiento, nuevamente en el pasillo tiempo después, incluía el proceso del consultante y el impacto del libro en su proceso personal. El libro tiene un valioso material de entrevistas.
En mi facultad, en la UBA, no se hablaba de la experiencia de la Dra. Kübler-Ross pese a que acumuló 23 doctorados honoríficos.
Algunos la apodaron “la doctora muerte” [1] porque mostró el recorrido del duelo a través de sus etapas: negación, ira, negociación, depresión y aceptación (no siempre se experimenta las 5 etapas).
Su carácter profundamente humano tras su experiencia de posguerra, la llevó en sus últimos años a prestar atención al tema de las experiencias cercanas a la muerte. Sus últimos libros gozan de una visión más mística y posiblemente ello hace que fuera censurada en círculos académicos, olvidando su labor ecuánime con quienes se enfrentaban a la temática de la muerte. Actualmente existen un poco más de académicos estudiando los fenómenos relacionados a las experiencias cercanas a la muerte que en ese entonces.
Esta psiquiatra le devolvió la palabra a muchos moribundos, a muchos familiares de moribundos y ciertamente a los profesionales de la salud que interactuaban con ellos. Los veía en la internación hospitalaria y también en su seminario. A los pacientes les permitía recuperar la palabra ante estudiantes, médicos, enfermeros, asistentes sociales, terapistas ocupacionales, auxiliares y sacerdotes que querían aprender de ellos. Creó el espacio de respeto necesario para que los enfermos puedan expresarse.
Cuenta en este libro que aun recomiendo, que unos estudiantes de teología fueron a pedirle ayuda para un proyecto de investigación sobre “las crisis de la vida humana”. Considerando que la mayor crisis a afrontar sería la muerte, entrevistarían moribundos y se juntarían a intercambiar observaciones con ayuda de Kübler-Ross. El primer inconveniente que se encontró en este proyecto fue que los médicos de su hospital no daban su permiso para entrevistar a sus pacientes buscando “protegerlos”. Nadie gustaba de decirle a un paciente que se iba a morir y creían que esto sería lo que sucedería en las entrevistas. La primera lección que aprendió cuando al fin consiguió un paciente a quien entrevistar fue sobre su propia insensibilidad pues programó la cita para el día siguiente. Al día siguiente encontró al paciente demasiado débil para hablar pues moriría una hora después de la impuesta para la entrevista. Aprendió así que mañana puede ser tarde y mejor aprender a escuchar “ahora”. Dos años después su curso estaba acreditado en la facultad de medicina y en el seminario teológico, se componía de 50 estudiantes de todas las profesiones asistenciales y eran los propios pacientes quienes desean hablar frente al curso. El material fue confidencial y las grabaciones se pusieron a disposición de los estudiantes para que realizaran un trabajo trimestral sobre un tema a elección.
La aceptación de la muerte como parte de la vida fue algo de lo que se ocupó activamente Kübler-Ross.
Este libro nos transmite la importancia de recuperar la palabra, aceptar las emociones sin censurar ninguna por terrible que parezca, poner en orden lo que puede ponerse en orden y ser más humanos.
Al fin y al cabo son asuntos deseables para cada quien, independientemente de si estamos lidiando con la muerte o con moribundos.
Son asuntos deseables porque muestran los profundos efectos sanadores que el acuerdo entre mente y corazón puede traer a nuestras vidas.
El libro acaba con lo siguiente:
“Los que tienen la fortaleza y el amor suficientes para sentarse junto a un paciente moribundo en el «silencio que va más allá de las palabras» sabrán que ese momento no es espantoso ni doloroso, sino el pacífico cese del funcionamiento del cuerpo. (…) Ser terapista de un paciente moribundo nos hace conscientes de la calidad de único que posee cada individuo en este vasto mar de la humanidad. Nos hace conscientes de nuestra finitud, de la limitación de nuestra vida. Pocos de nosotros viven más de setenta años, y no obstante, en ese breve tiempo, la mayoría creamos y vivimos una biografía única, y nos urdimos en la trama de la historia humana.”
Marisa
[1] es el primer resultado en Google a la fecha escribiendo “dra muerte”.
Commentaires