Este post debe entrar en el anecdotario, pero aun no creé esa categoría.
Todos somos uno, pero somos tan individualistas que suena cursi. Sabemos que todo lo que damos vuelve a nosotros, generalmente por una vía que no imaginamos así que ni nos damos cuenta.
A veces es tan literal eso de que lo que hacemos para otros lo hacemos para nosotros mismos… Este es uno de esos casos.
Un amigo me había contado que padecía sinusitis y rinitis alérgica. Diseñé un preparado con aceites esenciales especialmente para él y se lo regalé. No lo usó y el frasco acabó roto.
Siempre me gustaron los gatos y desde que decidí no volver a tener uno no perdía oportunidad de acariciarlos. Estaba en una reunión mimando a uno de los felinos de la anfitriona cuando comencé a estornudar y congestionarme. Pensé que estaba resfriándome. Dejé al señor gato en el piso y al rato sentí algo extraño en mis ojos, al verlos rojos supe que lo indicado era huir de aquel sitio.
Suponía que debía bastar para que comiencen a revertirse los síntomas pero camino a casa empezaron a salirme manchas en la piel que luego se hincharon. Lo siguiente fue la inflamación de mis párpados y luego mermaron los sonidos, sentí como un golpecito cuando se me taparon los oídos. Mi atención se fijó en mis pulmones y supe que a continuación me asfixiaría.
Repentinamente consciente de estar en una encrucijada de vida o muerte tuve que decidir el rumbo de acción. ¿Me tomaba un taxi hacia un sanatorio o recurría a mis aceites esenciales? Con el tránsito de Buenos Aires no llegaría a tiempo a una guardia. Lo seguro era la segunda opción. Silencié el teléfono y puse mi atención en que no me apabullaran los nervios, en impedir que brinquen a mi alrededor mil pensamientos a la vez. Esa era mi única realidad, la única que había, la única en la que debía estar.
Busqué la receta de aquel antihistamínico hecho para mi amigo, hice algunos cambios y un cálculo mental rápido para una acción de choque confiando en haberme enfocado lo suficiente al razonar. Tomé un pequeño cuenco, agregué un par de cucharadas de aceite de oliva e hice un preparado con una dosis potente de aceites esenciales pensando que si saturaba el hígado sería un problema a resolver después (no, no me trajo ningún problema esa dosis elevada). Iba contra reloj como para distraerme vacilando.
Apenas coloqué el preparado en mis mejillas sentí un impacto fresco y una apertura que me hizo entender que el problema estaba resulto. Agradecí. Seguí untando mi cuerpo con el remedio hasta que no quedó piel sin aceitar. A continuación me senté, crucé mis piernas y comencé a meditar. Faltaba la segunda parte del trabajo para asegurarme que todo fuera bien. Entré en un trance hipnótico profundo y elaboré la experiencia a la vez que le indicaba a mi cuerpo lo que debía hacer a continuación. Medité por media hora. Me di un baño, tomé mi auto y manejé 60 minutos hasta mi trabajo. El resto de la jornada me acompañó el asombro por lo vivido.
Pocos días después mi dermatólogo me explicaba en tono grave tras oír todos los detalles, que estuve a 10 minutos de asfixiarme desde que se me taparon los oídos. Es un ser humano extraordinario y respondió todas las dudas que de pronto me asaltaron. Al confirmarme lo que internamente sabía, festejé mi nuevo nacimiento.
También me agradecí el haber confiado en mi Intuición y haber invertido tiempo en hacer un regalo a un amigo. Y claro, agradecí a la naturaleza, que siempre nos da tanto aunque nosotros la respetemos poco.
A alguno de ustedes les pasó algo parecido? O acaso su intuición les resolvió un problema?
Lic. Marisa Rau
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