La palabra angustia viene del latín y significa angostamiento, estrechamiento. Se trata de un afecto, un sentimiento vivido como intrusivo, acompañado de sensación de ahogo, asfixia, opresión. Esta opresión suele sentirse en la garganta, otras veces en el tórax o abdomen.
Acompaña a todos los cuadros psicopatológicos y también tiene ocasión de surgir ante situaciones especiales de la vida ligadas a pérdidas, enfermedades, etc. Se la suele llamar "ansiedad" o "estrés".
El llamado "ataque de pánico" no es otra cosa que un feroz ataque de angustia que se inicia de modo brusco, es intenso y aglutina muchos de los signos de la angustia a la vez.
La angustia nos habla de lo más particular de un sujeto pues cada cual la padece ante contextos diferentes. Allí donde una persona encuentra su límite a lo que puede tramitar psíquicamente, anímicamente, es donde surge angustia o la señal de angustia. Cuando la angustia opera como señal puede ser tramitada evitando el desarrollo del ataque completo. Cuando es reducida a una señal el aparato psíquico intenta facilitarle al afecto angustioso un camino alternativo al del ataque y su experiencia desorganizante. Pueden nacer así inhibiciones y síntomas. En el caso de las inhibiciones la conducta es evitativa. En el caso de los síntomas estos disimulan y encubren la angustia. El afecto angustioso no es vivenciado sino que resulta reemplazado por un síntoma, una solución de compromiso al decir de Freud, que enlaza la energía displacentera a una idea consciente alejada de la causa de la que nació. De allí que el síntoma nazca para evitar el desarrollo de angustia.
Digámoslo de otro modo: una vivencia subjetivamente difícil de asimilar deja una carga de tensión interna que resulta desplazada sobre una idea distinta y más fácil de manejar, nace así un síntoma que produce cierto alivio pues permite descargar temporalmente la tensión pero produce un bucle en el circuito por no lograr que la tensión desaparezca. Es un poco como esa broma del hombre que habiendo perdido algo lo buscaba donde había luz en lugar de buscarlo donde lo había perdido.
Lo importante de esto es que muestra que puede haber angustia, la angustia puede estar comandando un comportamiento, sin presencia de "sensación" de angustia.
Supongamos que una persona no puede dejar de lavarse las manos cada vez que toca dinero. Se lava las manos y se siente “normal” y tranquila otra vez. Siente así que tiene todo bajo su control. Si en cambio se viera impedida de practicar su ritual higiénico, observaremos un inmediato desarrollo de angustia. Claro que esta puede ser nuevamente disimulada tras un acceso de enojo contra quien le impida lavarse las manos. Luego de esto podría venir una discusión con su familia acusándola de siempre interferir con sus acciones. El proceso puede seguir desplazándose más y más, el asunto quedar descentrado de la verdadera cuestión que sería: ¿qué es tan insoportable, tan agobiante, que se come la libertad de una persona sin que ella lo advierta? ¿Qué valor tiene el dinero? ¿Qué debe limpiarse con agua? Cabrían muchas preguntas para ir descubriendo el sentido del síntoma, ese que fue construido para evitar el desarrollo de angustia.
En la angustia (y en el síntoma que la disfraza) el asunto es opaco para quien la padece y por eso es portadora de un enigma. Su causa permanece desconocida. De ella no se puede huir como de algo exterior ya que está relacionada con la subjetividad, lo psíquico, lo espiritual. El afecto angustioso puede desplazarse y participar en la formación de nuevos síntomas. Siguiendo con nuestro ejemplo: en algún momento notamos que la persona ha dejado de lavarse las manos pero lo nuevo es que ahora no puede evitar buscar saber a toda hora dónde se encuentran sus nietos mostrando una conducta excesivamente controladora. Podría ser que la hayan medicado y ya no se lava las manos ni controla a su familia, ahora la necesidad de un psicofármaco es el nuevo síntoma y si se le acaba tiene accesos de pavor. Todo naciendo del mismo origen invisible.
Hay una forma de síntoma (expresión de angustia según venimos viendo) que suele pasar inadvertida. Son los accidentes y las repeticiones de situaciones en la vida.
Suelen ser el precio que se paga ante asuntos internos no resueltos. La dificultad estriba en que se tiende a creer que la subjetividad es algo que anida en el interior sin vincularse con el exterior. Por el contrario, las marcas de una subjetividad se leen en como una persona organiza su vida. La subjetividad deja poco espacio a las casualidades y la vida interna se refleja en lo que se repite y en lo que rompe con lo imaginado, como los accidentes e incluso la muerte. La mayoría de los accidentes no son tales, son más bien actos logrados (Freud los llamó “actos fallidos” pues erraban respecto a su intención consciente), para lo Inconsciente el accidente fue lo buscado.
La angustia es una alerta, una señal ante un peligro. ¿Ante qué tipo de peligro? Peligro de trauma. Peligro es la posibilidad de quedar desvalido, sin recursos. La señal de alerta puede dispararse cuando un sujeto deba emprender determinado tratamiento y depender de otros, cuando deba alojar a su madre en casa y sufrir sus críticas, cuando su amigo tenga una aventura con su hermana, cuando ha tenido un accidente de auto y su esposa se pondrá como loca al enterarse, cuando no se anima a divorciarse y vive situaciones de desvalorización a diario, cuando siente que no ha hecho en la vida lo que deseaba porque quiso conformar a su padre... Como se ve, la medida del problema es interno. Las personas, en lugar de juzgar algo como nimio debieran tomarlo en serio, tan en serio como lo toma lo Inconsciente. Así, la angustia es el límite de la subjetividad. Y el límite de la subjetividad es el límite de lo simbólico para esa persona: una significación se ha vuelto intolerable.
La angustia porta un enigma que merece ser resuelto o como mínimo indagado para no quedar condenados a ser víctimas de un destino que bien puede volver a estar en nuestras manos. Detectarla, escucharla, descifrarla, nos permite volver a ser libres y recuperar las riendas de nuestra propia vida. Nos permite volver a tener el poder de elegir hacer eso que nos vivifica.
Lic. Marisa Rau
Buenos Aires, Noviembre, 2002
Nota: algunas manifestaciones típicas a título informativo:
Físicas: respiratorias (disnea, taquipnea, afonías, disfonías, tos, hipo, bostezos); cardiovasculares (taquicardias, palpitaciones, entumecimientos, punzadas, dolores diversos, parestesias, manchas); digestivas (nauseas, vómitos, diarrea, estreñimiento, espasmos gastrointestinales, cólicos, calambres, acidez, hambre o sed desmedida, meteorismo, aerofagia o aerocolia); urogenitales (amenorrea, dismenorreas, poliuria, tenesmo vesical) y otras (hipertensión, desvanecimientos, crisis vertiginosas, sudoración, hiperestesia, temblores, escalofríos, tensión muscular, zumbidos de oídos, escotoma y visión nublada, midriasis, etc).
Psíquicas: malestar general; ahogos; nudos en el estómago, garganta o pecho; expectativa angustiada; inquietud persistente; dificultad para concentrarse; piernas que pesan o desfallecen; alteraciones del sueño; hipervigilancia; irritabilidad; hipocondría; dificultades en el goce sexual; miedo a volverse loco o morirse; desrealización; despersonalización; dificultad en el trato con otras personas; dudas; indecisiones; impulsividades.
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