Circunscribámonos a la "Apología de Sócrates", ese imperdible texto de Platón.
Sócrates se ocupa del alma.
En ella no hay política ni edad, el alma está donde está el hombre. No envejece, aunque puede marchitarse. Sabe dónde se siente bien y dónde mal. No sabe en abstracto, sabe sobre situaciones concretas. No hay modo de justificarle al alma lo que contradiga su bondad esencial. Algo dentro nuestro, sabe. Sabe si se hizo lo mejor que se podía hacer.
Nos encontramos en la Apología a un filósofo de 70 años enjuiciado frente a 501 jurados.
Murió ejecutado por el Estado, sentenciado a beber veneno.
Sócrates ha vivido la época de esplendor de Atenas, donde el conocimiento y las artes florecían. Muchos se acercaban a aprender de él pues se lo consideraba un hombre sabio.
Ahora enfrenta la pena de muerte solicitada por Anito.
Como acusado podía recurrir a la antimímesis, es decir contraponer otro castigo al exigido. Con ello en mente se pregunta y le pregunta a los jueces,
"¿Qué me merezco por ser así? Un buen trato, señores atenienses, si en realidad se debe compensar de acuerdo con el merecimiento"
Sostiene que lo más apropiado sería ser alimentado en el Pritaneo (uno de los edificios que albergaba a los miembros de la Asamblea), donde se recibía a quién ganaba las Olimpíadas. ¿Por qué?
Porque "éste les hace creer que son felices mientras yo les hago ser felices"
Propone ser reconocido por enseñar a ser feliz.
¿Cómo dice que enseña? Sin reposo y descuidando aquello que inquieta a la mayoría (cargos, negocios, magistraturas...)
¿Por qué procede así? Porque no se considera tan justo como para mantenerse "a salvo" si buscara tales cosas.
Es decir que trabaja duro para mantenerse a salvo. Además su daimon lo refrena, le susurra que evite algunos asuntos como por ejemplo la política.
El filósofo no reniega de su voz interior, por el contrario, la valora.
Sócrates desbroza frente a sus jueces las posibles penas que él pudiera proponer para sí mismo y una a una las va descartando. Aclara cuál es la máxima multa que puede pagar dada su poca fortuna y a cuánto puede elevarse con préstamos que pudiera tomar. Lo demás es inadmisible: destierro o callarse no son una opción a la muerte de su norma de conducta.
"¿Qué puedo temer?", se pregunta Sócrates.
Lo dijimos, teme no mantenerse a salvo, es decir, teme perder su felicidad, esa que experimenta y trata de enseñar. Por el contrario la muerte no es algo que tema como castigo pues argumenta que si no hay vida tras la muerte será como dormir sin soñar, lo cual considera un bien; y si hubiera vida tras la muerte también la muerte sería un bien que imagina llena de buenas conversaciones con buenos interlocutores.
Sócrates teme perder su felicidad. Ese es su peligro.
Desdecirse de su enseñanza es para él un mal.
Su única opción es la muerte, no puede abjurar de sus principios, romper su relación con su daimon. Es esta relación con su dios aquello que no está dispuesto a sacrificar. De ésta relación con su daimon, con su voz interior, se trata su vida y también su muerte.
Le sorprende haber estado a pocos votos de ser declarado inocente la primera vez. Le sorprende haber tenido tantos votos a favor!
Va a contrapelo de eso que se suele llamar conveniencia, sentido común, buen juicio, realismo, pero no siembra en el desierto. Sócrates enseña en acto. Con un Acto a la altura de sus palabras. Enseña sin conflicto, en coherencia. Enseña mirando de frente a la muerte. Y diría más, quizá porque mira de frente a la muerte es que enseña.
Este clásico nos recuerda que la cuestión que se come la felicidad del ser humano es siempre la misma. No cambia con la época, no cambia con el lugar.
Los que reflexionan sobre el tema dicen siempre lo mismo porque los asuntos del alma son atemporales, presentes en todas las geografías, todas las culturas. Lo que se come la felicidad es la Ignorancia. También lo dice el filósofo en su apología.
Lo que disipa la felicidad es distanciarnos de nuestra voz interior.
Entre el conocimiento y la ignorancia hay una distancia difícil de sortear. Conocer, saber con certeza, no combina con el yugo de las pasiones que se coronan en la ignorancia.
Tomar conciencia es el mejor comienzo para ser felices. Sócrates con su acto nos hace reflexionar sobre la felicidad y la relación con nuestro daimon pues van de la mano, comparten el corazón.
Lic. Marisa Rau
Comments