Freud denominó de este modo a un amplio grupo de acciones en las cuales un acto intencional es sustituido por una conducta totalmente imprevista. Un sujeto se encuentra haciendo una cosa diferente a la que se había propuesto pues un producto del inconsciente ha ganado terreno sobre la acción.
Quien comete actos fallidos generalmente los explica como azar o falta de atención ya que suele desconocer su motivación y a la vez porque irrumpen al modo de un accidente (quiere creer que no tiene ninguna responsabilidad en los accidentes que sufre o provoca).
Los actos fallidos señalan una fisura por la que el inconsciente se hace escuchar. ¿Hace falta aun agregar que el sujeto nada quiere saber de eso que va a contrapelo de la voluntad de su yo? No es casual entonces que una verdad rechazada aparezca allí donde menos se la espera.
A fines expositivos Freud subdividió en tres clases al grupo de fenómenos que denominó actos fallidos:
Los deslices o lapsus (verbales, auditivos, en la lectura, en la escritura)
Los olvidos (de nombres propios, palabras, impresiones o designios)
Los extravíos, pérdidas, errores o confusiones por trastocamiento.
Veamos apenas algunos ejemplos freudianos tomados de su libro “Psicopatología de la vida cotidiana”:
El siguiente lapsus fue construido con el recurso de la permutación de palabras: un presidente de la Cámara de Diputados austríaca, a principios del siglo pasado abrió la sesión del siguiente modo, “Compruebo la presencia en el recinto de un número suficiente de señores diputados; y por lo tanto declaro cerrada la sesión”. Aquello causó risas, de esa forma el lapsus se le volvió evidente y tuvo que enmendar la frase.
Un desliz del habla con permutación de sentido apoyándose en la homofonía: Freud le comunica a una paciente la conjetura de que en aquella época (sobre la que están trabajando en sesión) ella estaría avergonzada de su familia y le reprocharía algo a su padre que sin embargo aun no ha salido a la luz. La paciente no recuerda nada parecido y cree improbable la conjetura de Freud pero continúa hablando sobre su familia. Añade “una cosa debe admitirse: Es gente muy especial; son todos avaros {Geiz en alemán}... quise decir espirituales {Geist en alemán}”.
Un fallido que da lugar a una formación mixta: se trata de un joven que le dice a una chica “Si usted lo permite, me gustaría acomtrajarla”. Evidentemente, una condensación de “acompañarla” y “ultrajarla”.
¿Cuál es la estructura que comparten los actos fallidos aun cuando su presentación sea diversa? Ellos nacen a raíz de una contradicción entre un deseo consciente y uno inconsciente que se ha visto refrenado. Cuando irrumpe sobre la acción una formación del inconsciente, desbarata esa acción de modo que parece errónea o bizarra, inexplicable y falta de sentido. Sin embargo los actos fallidos poseen un sentido, un significado, un propósito que es posible descifrar.
No todos los yerros o fallas en las acciones son actos fallidos.
Únicamente son tales aquellos en los que se jugó una contradicción entre dos intenciones, de modo que una de ellas fue alterada por la otra (en otras palabras, si podemos suponer la intromisión de una ilación de pensamientos sofocados). Por esto un furcio, una equivocación cualquiera, no es un lapsus. Por lo mismo, no todo accidente es un acto fallido. Pero lo contrario es correcto: todo acto fallido se presenta como un accidente.
Citemos aquí uno de los numerosos ejemplos que Freud nos da sobre el trastocar las cosas:
“Cierta dama ha pasado la tarde en el campo con su marido y en compañía de dos extraños. Uno de estos últimos es su amigo íntimo, de lo cual los otros nada saben ni deben saber. Los amigos acompañan a la pareja hasta la puerta de su casa. Mientras se aguarda que abran la puerta, es la despedida. La dama hace una inclinación al extraño, le ofrece la mano y le dirige algunas palabras de cumplido. Luego se toma del brazo de su amado secreto, se vuelve hacia su marido y hace ademán de despedirse de igual manera. El marido acepta la situación, se quita el sombrero y dice con extremada cortesía: “Beso su mano, estimada señora”. La mujer, espantada, suelta el brazo del amante, y antes que aparezca el conserje aún tiene tiempo de suspirar: “¡Ah! Que le pase a una semejante cosa...”
También hay que hacer notar que quien comete un acto fallido puede estar en menor o mayor grado de desconocimiento sobre la motivación del obrar que se le ha impuesto.
A veces reconoce que lo que ha dicho o hecho se relaciona con algo que no mucho antes ha pensado, pero en otras ocasiones el rechazo a lo inconsciente es tan grande que negará toda significación posible. En el ejemplo anterior, la mujer sabe de la motivación de su obrar y es el marido el que le resta valor.
Por último, toda manifestación del inconsciente -tanto los actos fallidos como otras formaciones psíquicas- alude a algo que no pudo ser (es decir, un deseo incumplido) y si bien puede ser interpretada, no puede hacerse de cualquier manera, ni a gusto y parecer del intérprete.
Lic. Marisa Rau
Buenos Aires. Noviembre, 2003
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