Un síntoma puede ser un molesto dolor de cabeza, una enfermedad recurrente, un descuido hecho costumbre, un destino que se repite, un amor que desencanta.
Un síntoma es algo subjetivo, una vivencia personal.
Hasta es todo un sistema interpretativo.
Puede estar en el cuerpo o en la mente pero sin importar por qué puerta entró ya está en la vida, en el camino, en el vínculo con los demás, ya desbalanceó cuerpo y espíritu.
Al final es eso alrededor de lo cual se erige la batalla cuando debería haber solo un Paso de Rubicón.
El síntoma es lo que por debajo esconde el miedo al dolor y mientras tanto subroga la angustia. El síntoma es lo que impide el desarrollo de angustia y la viste de seda. El síntoma es eso que apunta a otro tiempo, a algo pasado que se vuelve presente y futuro.
El síntoma también es la vía que puede seguirse con el Hilo de Ariadna, el que nos lleva a develar su significado y descubrir qué es eso hambriento que busca ser reconocido. Se trata de usar su energía, su energía apresada, para impulsar el trabajo analítico.
¿Cuál es el deseo dislocado y olvidado que irá cambiándonos si lo desenredamos? Lo mejor que puede dar es un impulso a la aventura, a lo nuevo, a la apuesta por permitirse desear y ver qué se quiere de ese deseo, ir tras lo que vivifica, lo que lleva más allá de los mandatos y las expectativas, al riesgo de ser uno mismo y sentirse bien por eso mismo.
Para bien o para mal el síntoma está presente y depende de nosotros obtener de él lo mejor que puede dar: un punto de apoyo distinto y una enseñanza. Pero una que de ninguna manera es una ideología, es una enseñanza personal que desencaja de las ideologías, es algo que toca nuestras fibras y estas son incatalogables.
Lo peor que puede dar ya lo sabemos o lo descubriremos por el mero paso del tiempo. Porque eso peor es una prisión (como en aquella película con Bill Murray: El día de la marmota) que siempre lleva a sufrir y para eso se pone creativo.
Marisa Rau
Psicoanalista
Consultas presenciales y a distancia.
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